¿Operación cicatriz o distribución de culpas?
“La victoria tiene muchos padres
La derrota es huérfana”.
Refrán Popular
La primera reacción que tenemos cuando algo sale mal es averiguar quién tuvo la culpa. Primer yerro. Si empezamos por personalizar los errores, terminaremos en una cena de negros que no nos llevará más que a mayor frustración, encono e inviabilidad para salir adelante. Que la culpa la tuvo el o la candidata porque no supo llegarle a los ciudadanos; él o la jefa de campaña, ya que no movió los recursos económicos ni materiales para lograr el triunfo; el o la gobernante por no hacer bien su trabajo; los dirigentes partidistas por no involucrar con la estrategia adecuada a los militantes; los militantes por no ponerse la camiseta y cumplir con su deber; el ciudadano por no salir a votar porque ninguna opción le llenó el ojo, etc., etc., etc. Cambiemos el enfoque. No personalicemos, más bien enfoquémonos en el diseño integral de la campaña que no nos permitió lograr lo que anhelábamos.
Analicemos los objetivos planteados y la viabilidad para realmente haberlos alcanzado; las estrategias que utilizamos que todo indica que no fueron las más idóneas; los recursos económicos o materiales que no fluyeron como era de esperarse; las instrucciones dadas que tal vez no les llegaron a todos o no fueron debidamente entendidas; las motivaciones, esperanzas e ilusiones de los participantes que lo más seguro eran mucho más altas de lo que se podía lograr; el mensaje y la manera de difundirlo que no pegó con las ciudadanas y ciudadanos que prefirieron quedarse en casa o votar por otras opciones. Lo que sí es un hecho es que si no hacemos un ejercicio de auto análisis no tendremos la posibilidad de enmendar errores, ya que, o no los hubo o hubo demasiados, pero no sabemos cuáles fueron. Sin una revisión rigurosa de estrategias más que de personas, estaremos queriendo linchar a tal o cual militante sin tener la certeza de que el problema radica ahí. No le tengamos miedo a la autocrítica. Lo más seguro es que todas y todos fallamos en algo. El problema no está en que hayamos metido la pata, sino en no reconocerlo. Cambiemos el enfoque: no se trata de echar culpas sino de aprender de nuestros errores.
Como militantes que somos de un partido humanista, cuyo primer objetivo estatutario es lograr “El reconocimiento de la eminente dignidad de la persona humana y, por tanto, el respeto de sus derechos fundamentales y la garantía de los derechos y condiciones sociales requeridos por esa dignidad”, solicitemos un ejercicio como el propuesto. Yo lo pido, yo lo solicito. No podemos pensar en términos positivos para el 2024 si no podemos procesar lo hecho, bueno o malo, en el 2023. Ya estoy oyendo las reticencias de un ejercicio similar de parte de los dirigentes: “No creo que sea conveniente porque se nos van a echar todos encima y no vamos a llegar a nada”. “¿Por qué vamos a oír las quejas de quienes no participaron o lo hicieron de mala gana? “Mejor pasemos la página y enfoquémonos en el 2024”. Y también estaría la posición de los militantes: “Yo quisiera decir mi verdad, pero temo represalias”. “Trabajo en un ayuntamiento, por lo que calladito me veo más bonito”. “¿Para qué decir algo si no me van a hacer caso?” “Si hablo y nadie me apoya, puedo verme como indeseado o resentido”. Efectivamente, un ejercicio así no es nada fácil, ni para el dirigente ni para el militante. Sin embargo, si no queremos repetir los resultados nada halagüeños que obtuvimos, debemos tener la audacia de hacer cosas diferentes para lograr resultados diferentes. Existen organizaciones o profesionales que saben cómo procesar este tipo de evaluaciones. Con método, con reglas claras, con críticas constructivas y sobre todo con el claro enfoque de tomar los errores como enseñanzas, cicatrizar heridas, resaltar lo bien hecho, apapachar a quienes pusieron su grano de arena, oír los motivos de quienes no participaron. Nadie tiene la verdad absoluta. Todos tenemos nuestros motivos para actuar o no. Entendámonos primero, seguramente descubriremos que actuamos en base a prejuicios de los que ni siquiera estábamos conscientes.
Démonos esta oportunidad. Seguro que un ejercicio así, llevado por expertos, nos sorprenderá por la riqueza de lo que todas y todos podemos aportar. Ah, pero eso sí, vayamos a esta autocrítica con la mente abierta y con el deseo sincero de llegar a acuerdos en beneficio de quienes participen. Cicatrizando heridas, estaremos listos para las batallas que vienen, que seguramente serán durísimas. Requeriremos de lo mejor de todas y todos. ¡A darle!